sábado, 2 de octubre de 2010

La Aventura Continúa...


Ha sido un tiempo maravilloso el que hemos pasado mi esposa y yo en compañía de nuestro primogénito Joen. Él ha traído a nuestra vida tanta alegría y vida que el sólo echo de pensar en él y en mi deseo de acercarlo a Dios a muy temprana edad me hace disfrutar cada día de una manera especial.

Recuerdo cuando mi esposa y yo levantamos el clamor a Dios pidiéndole un hijo y a pesar de las circunstancias, había un convencimiento dentro de mi que Él iba a responder a nuestra oración; y ahora que se ha cumplido y que podemos tener a Joen cerca de nosotros me doy cuenta que mi convicción hacia Dios y hacia creerle a pesar que las circunstancias sean adversas, ha crecido.

Esto me llevó a pensar que de la misma manera que, a pesar que enterré el sueño de Comunidad Viva como una semilla, estaba convencido que en el tiempo de Dios, Él iba a permitir que este sueño se hiciera realidad.

Ahora, a 2 años de haber entregado el sueño de Comunidad Viva, nos encontramos a vísperas de verla nacer.

Habiendo aprendido paciencia, habiendo madurado un poco más y al ver crecer la pasión por ver el Reino de Dios llegando a tantas familias en la comunidad, nos hace en humildad maravillarnos de lo que puede hacer y quiere hacer a través tres familias que lo único especial que gozamos es que Él nos haya llamado a servirle.


En un principio cuando todo parecía marchar bien en cuanto al inicio de la Iglesia, no consideré que Dios quería que aprendiera lecciones importantes y que no se aprenden en libros o en salones de clase, sino en las partes profundas del corazón y la mente teniendo como asignaturas la confusión, la duda y la decepción. Pero ahora que el nubarrón se disipa, me doy cuenta de cuanto se aprende cuando la tormenta se pasa tomado de la mano de Cristo.

Hay una enorme gratitud a mi Dios, (Padre, Cristo y Espíritu Santo) porque nos ha contestado cada una de las oraciones que mi esposa y yo hemos levantado. Las ha contestado a su tiempo, que es el perfecto.

En una ocasión escuché un predicador que enseñó que si Dios nos encomendara talar un árbol, era preferible pasar dos años afilando el hacha para derribarlo más rápido que si lo hubiésemos querido hacer inmediatamente de haber recibido la encomienda con una hacha sin filo.

Y ahora, a pesar que al principio cuesta trabajo aceptarlo, me doy cuenta que es verdad.

Comunidad Viva, la aventura continúa...

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